Alfabetización en México: no dejar a nadie atrás

Yoselin Acosta
6 min readJun 12, 2020

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Promoción de la alfabetización a través del INEA. Imagen tomada de gob.mx/inea/alfabetización

No podría imaginarme un mundo sin leer ni escribir. Sea por necesidad o por mero gusto, ambas habilidades son esenciales a lo largo de nuestra vida. De hecho, no podría estar compartiendo esto sin saber escribirlo ni tendría la certeza de que estas letras serían leídas. Así, la alfabetización tiene que ver con el desarrollo de estas destrezas a temprana edad, donde algo que parece tan simple como dibujar garabatos o la identificación espontánea de letras y números, construyen las bases para el aprendizaje de cualquier oficio, profesión o pasatiempo que así lo requiera. En un sentido estricto, la RAE define la alfabetización como enseñar a alguien a leer y escribir. Podría extenderse el significado a un ordenamiento no solo de letras y números, sino de conocimiento y condición de poder entender y darse a entender con otros mediante estos caracteres y recursos.

El analfabetismo es entonces una contraparte en la que las personas se ven limitadas o desconocen totalmente de este proceso y se divide en dos tipos: puro y funcional, que serán abordados más adelante. Las causas de ambos tipos de analfabetismo tienen que ver con la migración del campo a la ciudad y la marginación de quienes no lo hicieron, las jornadas laborales intensas desde la adolescencia, la deficiencia de los sistemas de enseñanza y los años de escolaridad, que en nuestro país son 10.1 años promedio. Es decir, apenas logramos concluir los niveles de educación básica. Igualmente puede explicarse por lo poco eficientes que han sido nuestras políticas educativas, aunado a los recortes de gasto en educación y su mala ejecución.

Vulnerabilidad por condición de analfabetismo

En México, las personas que no saben leer o escribir, es decir, que se encuentran en condición de analfabetismo puro, son relativamente pocas en términos porcentuales. En 2019, menos del 4% de la población fue cuantificada como analfabeta, de acuerdo con el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos, principal organismo descentralizado encargado este tema en nuestro país. El INEA tiene por objetivo la alfabetización de personas de 15 o más años que por alguna razón no asistieron o no pueden asistir a una modalidad escolarizada de aprendizaje, desde 1981. En el marco de su creación, la tasa de analfabetismo era de 17%, según la UNESCO, es decir, 6 millones 451 mil 740 personas en 1980.

Es entonces cuando hay que ser cuidadosos con las estadísticas; si bien la tasa actual de analfabetismo puro está por debajo del estándar máximo de analfabetismo fijado por la UNESCO, en términos de población tenemos alrededor de 3 millones 700 mil personas en esta situación. Eso considerando que es la cifra que conocemos, lo que implica que pueden haber algunos errores de medición, como el escaso monitoreo de educación a nivel individual, la periodicidad de los censos y la eficiencia de los instrumentos, que podrían estar subestimándola. Este número se vuelve aún más preocupante si consideramos que 1.3 millones de esas personas hablan alguna lengua indígena y mantienen sus usos y costumbres. Dentro de este grupo también se encuentran jornaleros, madres solteras y personas de la tercera edad; esto los margina en partida doble. Primero, porque no pueden leer ni escribir y por otra parte porque nuestro idioma oficial es el español -coartando aún más las posibilidades de aprendizaje en su idioma, al que tienen derecho- y porque en la mayoría de estos casos, la ocupación de estas personas no les deja mucho tiempo libre para dedicarlo al estudio.

Analfabetismo funcional

En una dimensión mayor, existe el analfabetismo funcional, lo que la UNESCO define como aquellas personas que si bien saben leer y escribir, no siempre saben cómo aplicar estas destrezas en su favor y en el de su comunidad: “el analfabeto puro es marginado por no saber, el funcional por no saber cómo usar su saber”. Es entonces prudente indagar no sólo cuántas personas no saben leer ni escribir, sino cuántas, aun sabiéndolo, no pueden desempeñarse satisfactoriamente en el ámbito educativo. Empero, las personas en condición de analfabetismo sí tienen habilidades de comunicación, en las que se emplea principalmente el lenguaje corporal y el habla, y el caso de los analfabetos funcionales podría ser más complejo al considerar que ocurre incluso en personas que sí acuden o acudieron a la escuela. Probablemente esto se vincule con la baja compresión lectora en los y las mexicanos (as) y la batalla que nos supone el uso de las matemáticas.

Sin embargo, en México el INEGI difiere de esta definición y menciona que una persona es analfabeta funcional cuando tiene menos de 15 años y tiene 3 o menos años de educación básica. Este criterio considera que una persona tiene un bajo nivel educativo aunque escriba, lea y conozca los números. La diferencia en las definiciones podría estar subestimando también las estadísticas, porque medirían el analfabetismo funcional únicamente como pocos años de escolaridad, cuando tiene más que ver con las habilidades reales de la población, aunque tengan 3 o más años de escuela e incluso una formación universitaria de pregrado o posgrado; es importante decirlo para poder solucionarlo. Resulta entonces crucial medir el nivel de analfabetismo, tanto el puro como el funcional, pero es necesario replantear bajo qué términos: no es una condición que se deba subestimar o redefinir al gusto para cada informe de gobierno o señales de un falso progreso educativo ante la métrica internacional.

Acciones para la alfabetización en México

No obstante, deben reconocerse los esfuerzos en nuestro país por reducir esta brecha. Uno de ellos es llevado a cabo por el INEA a través del Modelo de Educación para la Vida y el Trabajo (MEVyT), reconocido internacionalmente, en el que voluntarios(as) pueden prepararse para llevar la alfabetización a quienes más lo requieren mediante el uso de cancioneros, tiras numéricas matemáticas y la incorporación de revistas, cupones, entre otros, incluso con versión bilingüe. En el curso que se ofrece en línea con este objetivo — y que recomiendo ampliamente a quienes les apasiona la enseñanza — se enfatiza en que las personas que no pueden leer ni escribir son conscientes de las limitaciones que tienen y que quienes se acercan a este organismo tienen deseo de hacer tareas con sus hijos(as), leer contratos y evitar engaños e incluso seguirse educando a futuro.

Precisamente porque la educación es un derecho humano y la alfabetización es su preámbulo, es que se ha insistido mucho en que los niños y niñas mexicanos reciban al menos la formación básica. Es intentar que todas las personas estén en condiciones mínimas de educarse. La educación es la herramienta de largo plazo que tiene la capacidad de encaminar a un país a mejores condiciones de vida e incluso, a nivel personal, puede significar una buena parte en la realización de la existencia humana y es una defensa legítima y consciente contra políticas clientelistas, asistencialistas o paternalistas.

Otra de las acciones de alfabetización más recientes fue encabezada por la Secretaría de Educación Pública, que se comprometió a terminar con el analfabetismo en México en 2018. Habría que cuestionarse si solo se trataba de nivelar el estándar internacional o si verdaderamente querían cero personas en esta situación, puesto que a la fecha no se ha logrado este último objetivo. Además, es preciso que la política contra el analfabetismo considere no solo el puro, sino también el funcional, que se oculta con mayor frecuencia.

Surgen entonces algunas preguntas, sobre todo en el contexto de la pandemia que vivimos y en el que la educación se ha puesto un reto importante al ser llevada a cabo a distancia: ¿cuándo será el turno de quienes no solo se ven limitados por la falta de internet o computadora sino por no entender una lectura o no saber escribir? ¿Qué vamos a hacer por aquellos analfabetos funcionales para ayudarles a paliar estas limitaciones y desempeñarse de mejor manera a lo largo de su vida, incluso si ya tienen un certificado de algún nivel educativo?

Por ello, invito a quienes son apasionados de la educación como enseñanza o desde la óptica de la política pública a dejar de invisibilizar esta situación, porque amplía la brecha de la desigualdad de oportunidades de todo tipo — no solo las educativas — y porque tenemos ya los organismos y los recursos necesarios para lograrlo… Hace falta una preocupación genuina al respecto. No podemos si quiera discutir sobre sistemas educativos avanzados cuando estamos olvidando a la población vulnerable que no tiene las habilidades mínimas necesarias para ser incorporadas a la educación. Tal como mencionaba Arlene Ramírez Uresti en su artículo del 6 de septiembre del 2019, con motivo del día de la alfabetización: “…el analfabetismo es una deuda histórica que se requiere con urgencia saldar”[1]

[1] Recuperado el 27 de mayo del 2020 de https://www.forbes.com.mx/alfabetizacion-una-de-las-prioridades-globales/. | Proyecciones de población de la CONAPO, datos de analfabetismo y definiciones obtenidos del INEA y del INEGI, 2018. | Documento de la UNESCO: El Analfabetismo en América Latina. Reflexiones sobre los Hechos, los Problemas y las Perspectivas, 1990. | Otras lecturas recomendadas: Analfabetismo en México, una deuda social, Narro & Moctezuma, a través del INEGI en https://www.inegi.org.mx/rde/RDE_07/Doctos/RDE_07_Art1.pdf

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Yoselin Acosta

Economista urbana. Fronteriza. 23 años. Desenmaraño cualquier complejidad que cobra (o no) sentido en mi mente mediante algunas letras.