Compras de pánico por Covid-19: los matices de una ciudad colapsada

Yoselin Acosta
7 min readNov 24, 2020

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Nos encaminamos hacia una segunda ola de contagios de Covid-19, causado por el virus SARS-Cov-2. En algunos lugares del mundo, incluido México, ya empiezan las restricciones por la denominada “segunda cuarentena” y con ello las protestas, la lucha a contrarreloj por conseguir una vacuna — y su autorización de uso de emergencia para finales de año y el primer trimestre del 2021 — y las compras de pánico. Es precisamente este último tema en el que se enfocará este texto.

En México, las fronteras han sido puntos críticos en el aumento de contagios. Específicamente en Chihuahua, los hospitales de Ciudad Juárez se encuentran saturados y los supermercados lucieron vacíos por algunas semanas. En redes sociales pudo verse que, apenas el primer fin de semana de restricción de movilidad[1] — o toque de queda, dicho coloquialmente, aunque legalmente no pueda definirse así — hay publicaciones relacionadas con la venta clandestina de leche, huevo y alcohol (que ya tiene semanas con ventas limitadas de lunes a miércoles). Estas nuevas medidas decretan que de lunes a viernes la actividad permitida en el semáforo rojo se llevará a cabo de 6 am a 7 pm y los fines de semana todo permanecerá cerrado, salvo las actividades esenciales y los comercios pequeños. Parece que, en una ciudad donde cada vez hay menos tienditas de la esquina, — por la falta de estímulos a la competencia económica e inseguridad — este tipo de comercios representa la única opción de compra que tenemos ante el cierre de supermercados y centros comerciales.

Entendiendo las compras de pánico

Para entender por qué se dan las compras de pánico, que habían ocurrido ya en los primeros meses de cuarentena, luego de que la OMS declaró al Covid-19 como pandemia, hay que analizarlo primero desde el punto de vista psicológico. Las noticias alarmistas e imágenes de tiendas vacías, sumado al pánico colectivo, activan en la sociedad el síndrome FOMO, por sus siglas en inglés: Fear Of Missing Out[2]. Este síndrome puede explicarse como el temor de perderse algo, como el abastecimiento de víveres y artículos de limpieza. Esto puede ser una preocupación racional como las compras excesivas de gel antibacterial, cubrebocas y cloro, hasta otras menos lógicas, como el papel de baño.

La sensación de escasez relativa al ver y presenciar escenarios de anaqueles vacíos activan un instinto de supervivencia que incluso se torna caótico, olvidando que, al menos en el momento en que se vacía una tienda en particular, también se están produciendo cientos de esos víveres aparentemente escasos. La incertidumbre y la desinformación también son factores importantes que inciden en las compras de pánico. Autores como García-Salgado et al (2020)[3] hablan incluso del contagio informativo que, en palabras simples, lleva a grandes masas a actuar sin tener mayor preocupación que el corto plazo a partir de la información que reciben.

Si bien es cierto que estar informados aumenta el margen de control sobre una situación — que finalmente es lo que todos buscamos en situaciones donde no sabemos qué esperar — también estamos expuestos a notas alarmistas y amarillistas, que nos bombardean a diario en periódicos, televisión, radio y redes sociales. Las compras de pánico no solo crean un círculo vicioso de vaciado de supermercados, sino que acentúa las desigualdades sociales privilegiando más a quienes tienen el dinero y los medios suficientes para abastecerse con grandes cantidades de alimentos y artículos esenciales y no esenciales para largos períodos de tiempo, dejando sin muchas opciones de compra — o ninguna — a quienes viven al día y no pueden hacer compras a gran escala.

Esto pone a prueba principalmente a las teorías de la economía clásica donde el comportamiento racional[4] es la premisa de toda decisión económica, como el consumo. Sin embargo, existe evidencia como la presentada por Hall et al (2020)[5], de cómo esta variable se modifica intensamente por razones no del todo racionales, informadas ni premeditadas. Los autores encuentran que, en Nueva Zelanda, se dieron desplazamientos espaciales y temporales de los patrones de gasto de los consumidores. Esto les llevó a confirmar que ocurrieron comportamientos de almacenamiento. Aun cuando este es uno de los países con el mejor manejo de la pandemia en términos de la contención de contagios en periodos relativamente cortos, las compras de pánico ocurrieron: es un punto de convergencia a nivel mundial.

Imágenes tomadas del Canal 44 de Ciudad Juárez, que muestran cómo lucieron algunos supermercados en la ciudad horas antes de iniciar con los horarios de movilidad restringida, a principios de noviembre del 2020.

El alcohol y la normalidad relativa: la compra de pánico “menos racional” de todas

Un artículo que racionalmente no debería ser esencial es el alcohol. Retomando el caso de Ciudad Juárez, basta con reflexionar un poco en retrospectiva para notar que a lo largo de 2020 se han impuesto distintas modalidades de ley seca o restricciones de horario y que incluso hubo un período donde no había disponibilidad de compra de cerveza en absoluto. El objetivo de facto — tan racional como utópico — era disminuir la cantidad y frecuencia de reuniones y fiestas. No obstante, esto distorsionó el mercado (tanto el legal como el oculto) al elevar los precios considerablemente y causar ansiedad entre los consumidores más asiduos e incluso los ocasionales.

Esta ansiedad puede causar, cuando menos, dos conductas distintas entre sí. En el primer caso, las personas optan por permanecer en casa por el miedo a contagiarse y con esto cumplen el objetivo esperado de estas restricciones. Por otra parte, existe el sesgo de auto-atribución, en el que las personas evalúan sus factores de riesgo de contagio — e incluso la “suerte” que pudieran tener o la incredulidad y negación al virus — y deciden salir de casa, hacer largas filas para conseguir lo que desean y abastecerse tanto como les sea posible en términos de disponibilidad y dinero, generándoles no solo una satisfacción instantánea pero un exceso de confianza y una burbuja de relativa normalidad y tranquilidad en situaciones de contingencia.

Es esa burbuja de normalidad relativa la que lleva, en muchas ocasiones, a confiar en que nuestros allegados y familiares no son portadores del virus y así bajar la guardia con el uso de cubrebocas y el distanciamiento social.

De hecho, dentro de la incertidumbre generalizada, cada uno ha aprendido a calcular sus probabilidades de contagio y, para quienes son trabajadores esenciales y no pueden eludir la actividad presencial en su día a día, esto representa su forma de supervivencia y persistencia ante la adversidad.

¿Hay alguna manera para detener las compras de pánico?

No existe una fórmula mágica o única que evite las compras de pánico ni el consumo de almacenamiento en situaciones complejas como la que enfrenta el mundo actualmente. Empero, inicia con una sensibilización social a las diferentes capacidades de compra de sus integrantes, de todos los niveles de ingreso. Incluso los esquemas laborales que nos ponen en desigualdad, por ejemplo en términos de horarios. Cuando estuvo vigente el toque de queda, algunas personas no pudieron empatar su salida de trabajo con los horarios de cierre de tiendas y prestación de servicios. La aglomeración misma en los supermercados debería ser un factor que disminuya estas conductas porque, irónicamente, al intentar comprar todo lo necesario la gente se ha expuesto más al contagio en las últimas semanas.

En esto tienen mucho que ver, además, las autoridades de todos los niveles de gobierno, que han intentado de maneras poco convencionales, intempestivas y súbitas contener la pandemia ante un sistema de salud ya colapsado. Parte de la estrategia debe incluir el análisis real y comprometido con la ciudadanía, de cómo está integrada la actividad laboral y económica, que podría llevar a mejores resultados de manera que las restricciones no lleven a la quiebra de negocios — como ya ha estado ocurriendo, infortunadamente — y que permitan a los consumidores planear mejor sus compras y evitar el pánico. Todo esto sin dejar de lado la necesidad de un enfoque mucho más prioritario al personal de salud, que en muchas ocasiones ha externado su cansancio, hartazgo y falta de insumos médicos y equipos de protección.

También los medios de comunicación juegan un papel clave en el pánico y su eventual reducción: ante un gobierno que crea restricciones constantemente y una noticia que magnifique el problema y caiga en el amarillismo con imágenes de cadáveres o familiares llorando por un ser querido — comportamiento realmente reprobable e innecesario — la sociedad va a seguir actuando impulsivamente y, hasta cierto punto, de manera ciega y egoísta.

En lo que concierne a cada familia, es una cuestión de planeación, empatía y distribución. Podríamos hacer mucho más si, más allá de cubrir nuestras necesidades en casa, ayudáramos a quienes necesitan de una despensa; para estas familias, encontrar o no un paquete de papel de baño en el súper haría una gran diferencia, mucho más que para aquellas familias que han comprado 10 de esos paquetes con anticipación.

Precisamente, dentro de todo el caos generado por la pandemia en la economía, la salud y la gobernanza, el llamado es a la conciencia colectiva de que la única forma de romper con estos círculos viciosos es actuando más allá de nuestro exceso de confianza, zona de confort y falta de empatía, porque aún nos quedan algunos meses más de incertidumbre y de contingencia…

Referencias y notas

[1] Decreto del gobierno del estado de Chihuahua en noviembre del 2020 como medida de emergencia para reducir la saturación hospitalaria y el número de contagios y defunciones por Covid-19, en el marco del retorno al semáforo rojo.

[2] Síndrome FOMO. Recuperado el 20 de noviembre del 2020 de https://psicologiaymente.com/clinica/sindrome-fomo

[3] García-Salgado, Oswaldo; Acevedo-Campos, David & Aguado-Cortés, César (2020). Contagio informativo, la otra cara de una pandemia. Dimensión Empresarial, 18(3). DOI: 10.15665/dem.v18i3.2490

[4] Una persona se comporta de forma racional cuando basa sus decisiones en un análisis lógico y ordenado, que cumple como requisito la maximización de beneficios en torno a los recursos y la información disponibles. Para los economistas, este individuo se conoce como homo economicus.

[5] Hall, Michael; Prayag, Girish; Fieger, Peter & Dyason, David (2020). Beyond panic buying: consumption displacement and Covid-19.

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Yoselin Acosta

Economista urbana. Fronteriza. 23 años. Desenmaraño cualquier complejidad que cobra (o no) sentido en mi mente mediante algunas letras.