Hoy volví a pensarlo…

Yoselin Acosta
5 min readNov 28, 2021

--

Tenía meses sin que ese pensamiento volviera a mí, aún cuando ha sucedido una desgracia tras otra en mi vida. Perder a uno de mis mejores amigos me hizo, en primera instancia, cuestionarme la vida, la forma de relacionarme con mis seres queridos. Para ampliar mi tristeza, parece que cuanto más intento acercarme a mis amigos, a mi familia, recibo más rechazo, menos tiempo, mucha condescendencia y excesivo egoísmo.

Había estado yendo a terapia desde febrero de este año, por este mismo pensamiento, y todo iba bien… Pero mi psicólogo decidió quitarse la vida hace casi 1 mes. 1 mes en el que, sumado al duelo previo, ahora le agrego un enojo, una impotencia y, a la vez, una profunda y lastimosa empatía. Lo entiendo; ¿a quién le pides ayuda cuando no quieres ayuda? ¿Cómo admites ante tu familia, tus amigos, la sociedad, que la depresión te consume si “tienes la vida perfecta”? Porque eso es lo que he escuchado. Él era exitoso, en definitiva. Todos le excusan — y se excusan a sí mismos — pensando que quizá tuvo un problema muy fuerte que lo llevó a “ese extremo”.

Y sí, muchas veces la ideación suicida y posterior intento sí están respaldadas por una desesperación ante la adversidad. Otras, como en mi caso, también se dan aunque no haya problemas, simplemente porque la vida se vuelve vacía. Porque incluso tus personas cercanas ya te encasillan en una imagen fría, racional y así ya no puedes hablar de tu tristeza ni de casi nada. Eres tan “perfecta y brillante” en todo, eres la “amiga que siempre escucha y está”… El último texto en redes sociales de mi psicólogo se resume en que se preguntaba “yo hago feliz a todos — mediante la terapia — pero, ¿quién me hace feliz a mí?” Y es triste. Primero, porque todos sus pacientes seguramente sentimos que podíamos hacer más y le agradecemos infinitamente por salvarnos de nosotros mismos. Empero no pudimos decírselo y eso me carcome. Segundo, porque me identifico.

Mi frase de cabecera es que “siempre tengo tiempo para lo que me importa”. No obstante lo cual, me topo una y otra vez con que no hay reciprocidad en mi vida. Una fiesta, un ligue, el trabajo, termina siendo más importante que yo. Y no es que quiera que la vida de la gente que amo gire en torno a mí. Pero me parece increíble que en meses no puedan hacerme un espacio en su tiempo, ni siquiera cuando explícitamente he dicho que no quiero estar sola, que más que nunca quiero aprovechar a quienes tengo en vida antes de que sea demasiado tarde. Por eso mi estrategia en este momento ha sido, más bien, aislarme.

2021 ha sido un año de duelo para mí. En marzo tuve que “reforzar mi amor propio” dejando ir a la única persona con quien me había proyectado a futuro, con quien me permití soñar con una boda, hijos y todas esas cosas que siempre digo que no quiero y que en el fondo solo dan cuenta de un corazón roto. Lástima que quienes me rodean prefieran reducir todo a “tienes un corazón de piedra, eres muy egoísta”. No lo soy. El que destaque en lo profesional o académico o n motivo por el que me honren con su admiración y respeto — que agradezco sin duda — no quita que soy un ser humano, que siento, que necesito, como todos, amor.

A mitad de año, reconocer que estaba harta de mi trabajo y dejarlo. Por 4 años se había convertido en el centro de mi vida. Pero no veía claro, se volvió tedioso, triste, sin oportunidades. E igual, como en todo, la culpable de una u otra forma “fui yo”. Lo fui por decidir simplemente ya no ir; mi mente ya no podía más. Pese a que con meses de antelación presenté mi renuncia, el no ir 1 semana más echó 4 años por la borda. Ni una despedida, ni nada. Me fui “por la puerta trasera”. Dolió que todo mi esfuerzo, mi entrega, mi disponibilidad en las noches y fines de semana quedara en eso. A veces quisiera haber hecho todo de forma mediocre para, cuando menos, no sentirme mal por el trato indiferente que, sin echarme flores, no merecía.

Mi mejor amigo estaba en el trabajo; era la única persona que me escuchaba y no me juzgaba. Lo veía a diario y era esa familiaridad que no sabes cuánto te pesa y te importa hasta que te falta. Divergencias por asuntos de trabajo, distanciamiento por malos entendidos y bueno, un fallecimiento que tomó por sorpresa y al mismo tiempo era el único desenlace posible. Esto último yo no lo sabía, pero él luchó incansablemente hasta el último día y, contrario a mi actuar, nunca dijo que se sentía mal. Quisiera que me lo hubiera dicho para hacerme a la idea de que pronto se iría y haberle dicho cuánto lo quería, pero veo la condescendencia con la que la gente te trata si dices que tienes un problema, la lástima y lo entiendo, lo apoyo y le agradezco la lección de vida que quisiera poder aplicar en la mía propia.

El lunes 8 de noviembre, otro mensaje — cómo he odiado recibir malas noticias virtualmente — me avisaba del fallecimiento de mi psicólogo. 2 días después, saber el porqué me terminó de destruir. Precisamente con él hablaba de duelo y de suicidio, ¿cómo le hago ahora? ¿Cómo si a un duelo no resuelto le agrego otro? Mi persona de cabecera por 8 años se fue por lo mismo que yo estuve a punto de irme hace 2 y no pude hacer nada. Me siento sola, devastada. He tratado con toda el alma y el corazón seguir adelante, darme ánimos, encontrar hasta el más mínimo detalle para aferrarme a él y no querer morir también…

Pero hoy no puedo. Llevo horas luchando en contra de ese pensamiento que me taladra la mente. “No soy suficiente, nada merece la pena, ya no quiero más”. Y quisiera tener las mismas agallas que hace 2 años, pero ahora ni para eso tengo fuerza. No quisiera destruir a la gente que me rodea pero, siendo algo egoísta, a nadie le importa ver cómo me destruyo yo. Algunas veces he dicho que no quiero funeral porque realmente no quiero que la gente se lamente lo que en vida pudo hacer y no hizo. Y lo digo porque he estado en esa posición desde septiembre. Siempre le digo a mi hermana que la gente no hace las cosas porque no quiere, no hay más. Ya soy una adulta y mis amigos y familia también.

Quería ayuda pero ya no. He puesto todo de mi parte una y otra vez. Y en esta ocasión no quiero ni medicarme, ni terapia. Me preocupa que incluso pensar en un futuro “mejor que esto” y “que todo pasa” ya no me motiva. Ya no quiero más. Sabía que ser suicida era una lucha permanente; un símil con AA. Pero es que ya no quiero desgastarme más; qué triste es padecerla, te ciega y te hace creer que todo es malo y no se la deseo ni siquiera a la persona que me cae peor. Por eso, decidí escribir estas palabras, porque detrás de un suicidio pudo estar el problema más grande del mundo o pudo haber simplemente nada…

--

--

Yoselin Acosta

Economista urbana. Fronteriza. 23 años. Desenmaraño cualquier complejidad que cobra (o no) sentido en mi mente mediante algunas letras.